Por petición popular os dejo tres textos para trabajar el comentario narrativo, uno de cada obra, sacados de la PAU, saludos.
TEXTO 1
Unos días después, Hurtado se encontró en la calle con Fermín Ibarra. Fermín estaba desconocido: alto, fuerte, ya no necesitaba bastón para andar.
—Un día de estos me voy —le dijo Fermín.
—¿A dónde?
—Por ahora, a Bélgica; luego, ya veré. No pienso estar aquí; probablemente no volveré.
—¿No?
—No. Aquí no se puede hacer nada; tengo dos o tres patentes de cosas pensadas por mí, que creo que
—¿A dónde?
—Por ahora, a Bélgica; luego, ya veré. No pienso estar aquí; probablemente no volveré.
—¿No?
—No. Aquí no se puede hacer nada; tengo dos o tres patentes de cosas pensadas por mí, que creo que
están bien; en Bélgica me las iban a comprar, pero yo he querido hacer primero una prueba en España, y me voy
desalentado, descorazonado; aquí no se puede hacer nada.
—Ah, claro —repuso Ibarra—. Una invención supone la recapitulación, la síntesis de las fases de un
descubrimiento; una invención es muchas veces una consecuencia tan fácil de los hechos anteriores, que casi se
puede decir que se desprende ella sola sin esfuerzo. ¿Dónde se va a estudiar en España el proceso evolutivo de
un descubrimiento? ¿Con qué medios? ¿En qué talleres? ¿En qué laboratorios?
—En ninguna parte.
—Pero, en fin, a mí esto no me indigna —añadió Fermín—, lo que me indigna es la suspicacia, la mala
intención, la petulancia de esta gente... Aquí no hay más que chulos y señoritos juerguistas. El chulo domina
desde los Pirineos hasta Cádiz...; políticos, militares, profesores, curas, todos son chulos con un yo hipertrofiado.
—Sí, es verdad.
—Cuando estoy fuera de España —siguió diciendo Ibarra— quiero convencerme de que nuestro país no está
muerto para la civilización, que aquí se discurre y se piensa, pero cojo un periódico español y me da asco; no
habla más que de políticos y toreros. Es una vergüenza.
Fermín Ibarra contó sus gestiones en Madrid, en Barcelona, en Bilbao. Había millonario que le había dicho
que él no podía exponer dinero sin base, que, después de hechas las pruebas con éxito, no tendría inconveniente
en dar dinero al cincuenta por ciento.
—El capital español está en manos de la canalla más abyecta —concluyó diciendo Fermín.
Unos meses después, Ibarra le escribía desde Bélgica, diciendo que le habían hecho jefe de un taller y que
Unos meses después, Ibarra le escribía desde Bélgica, diciendo que le habían hecho jefe de un taller y que
Pío Baroja, El árbol de la ciencia .
TEXTO 2
Ricardo logró levantarse a duras penas porque la debilidad, el dolor y el peso de su mujer y de su hijo se lo impedían, pero cuando comprobó que podía caminar, avanzó por el pasillo siguiendo el sonido de los gritos del diácono, que había abierto todas las ventanas y pedía a gritos que alguien avisara a la policía.
Poco a poco fueron apareciendo rostros detrás de los visillos en las ventanas del patio, pero
ninguna se abrió por si aquella locura se metía en sus hogares.
Sentí la fuerza de Yaveh en mi brazo y la ira de mi Patria en la garganta, pero yo quería justicia, no venganza. El Maligno quiso trocar mi orgullo en remordimiento y buscó la forma de humillarme.
Ahora ya no sé lo que recuerdo, porque aunque veo a mi padre sentado a horcajadas en el alféizar de una de las ventanas del pasillo, aunque le oigo despedirse de nosotros con una voz dulce y serena, mi madre dice que se arrojó al vacío sin pronunciar una palabra.
Se suicidó, Padre, para cargar sobre mi conciencia la perdición eterna de su alma, para arrebatarme la gloria de haber hecho justicia.
Alberto Méndez, Los girasoles ciegos .
TEXTO 3
El abogado sustentó la tesis del homicidio en legítima defensa del honor, que fue admitida por el tribunal de
conciencia, y los gemelos declararon al final del juicio que hubieran vuelto a hacerlo mil veces por los mismos motivos. Fueron ellos quienes vislumbraron el recurso de la defensa desde que se rindieron ante su iglesia pocos minutos después del crimen. Irrumpieron jadeando en la Casa Cural, perseguidos de cerca por un grupo de árabes enardecidos, y pusieron los cuchillos con el acero limpio en la mesa del padre Amador.
Ambos estaban exhaustos por el trabajo bárbaro de la muerte, y tenían la ropa y los brazos empapados y la cara embadurnada de sudor y de sangre todavía viva, pero el párroco recordaba la rendición como un acto de una gran dignidad.
Ambos estaban exhaustos por el trabajo bárbaro de la muerte, y tenían la ropa y los brazos empapados y la cara embadurnada de sudor y de sangre todavía viva, pero el párroco recordaba la rendición como un acto de una gran dignidad.
—Lo matamos a conciencia dijo Pedro Vicario, pero somos inocentes.
—Tal vez ante Dios dijo el padre Amador.
—Ante Dios y ante los hombres dijo Pablo Vicario. Fue un asunto de honor.
Más aún: en la reconstrucción de los hechos fingieron un encarnizamiento mucho más inclemente que el de
la realidad, hasta el extremo de que fue necesario reparar con fondos públicos la puerta principal de la casa dePlácida Linero, que quedó desportillada a punta de cuchillo. En el panóptico de Riohacha, donde estuvieron tres años en espera del juicio porque no tenían con qué pagar la fianza para la libertad condicional, los reclusos más antiguos los recordaban por su buen carácter y su espíritu social, pero nunca advirtieron en ellos ningún indicio de arrepentimiento. Sin embargo, la realidad parecía ser que los hermanos Vicario no hicieron nada de lo que convenía para matar a Santiago Nasar de inmediato y sin espectáculo público, sino que hicieron mucho más de lo que era imaginable para que alguien les impidiera matarlo, y no lo consiguieron.
Gabriel García Márquez, Crónica de una muerte anunciada.



